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Emergencia y evidencia

IMAGE: NASA

Mi columna en Invertia de esta semana se titula «Acción colectiva o suicidio colectivo» (pdf), y toma una frase de António Guterres, Secretario General de Naciones Unidas durante el Petersberg Climate Dialogue, al hilo de las fuertes olas de calor, incendios forestales, sequías, inundaciones y otros fenómenos extremos que estamos viviendo con cada vez mayor frecuencia e intensidad: pensar que esto es casualidad, mala suerte, producto de algún tipo de deriva geológica o fruto de las llamaradas solares es, simplemente, una estupidez. El único responsable de todo lo que estamos viviendo es el volumen de combustibles fósiles que producimos y lanzamos a la atmósfera todos los días, y si no somos capaces de poner en marcha mecanismos de acción colectiva para evitarlo, estaremos ante la perspectiva de un suicidio colectivo. No hay otra alternativa.

Las olas de calor que estamos experimentando no son imaginarias, no son «el verano», no son el producto de cambios de color alarmistas en el mapa del tiempo, y además, son simplemente el principio. Son el producto del compromiso que la humanidad acordó hace algunos años en los Acuerdos de París para tratar de mantener la temperatura media del planeta menos de un grado y medio por encima de los niveles anteriores a la Revolución Industrial. En este momento, todo indica que nos encaminamos, como mínimo, a duplicar ese límite, así que imaginemos cómo es el futuro que nos espera: si no somos capaces de interrumpir de manera prácticamente inmediata el uso de combustibles fósiles, no vamos a tener una emergencia climática, sino directamente una catástrofe climática. Un evento de extinción masiva.

Hemos pasado de tener una ola de calor cada cierto número de años, a tener muchas cada año, y a tener que darles nombres como a los huracanes. Con estas últimas olas de calor hemos comprobado lo que ya sabíamos, en realidad, desde hace mucho tiempo: los pequeños cambios y los planes a largo plazo no sirven absolutamente para nada en este contexto, y es absolutamente necesario acometer cambios drásticos. Prohibir la venta de vehículos de combustión interna en 2035 es completamente absurdo y no sirve para nada: hay que prohibirlos ya, en 2025, y no quedarnos en únicamente prohibir su venta, sino añadir la retirada de la circulación de todo vehículo que emita más de una cantidad de dióxido de carbono determinada, utilizando para ello las inspecciones técnicas anuales.

Los automóviles son los responsables del 70.1% del uso de cada barril de petróleo: un 42.7% se dedica a gasolina, y un 27.4% a gasóleo. Eliminar esos componentes reduciría además en gran medida la necesidad de usar gasoleo pesado, el más contaminante y utilizado por los barcos de transporte marítimo, 40% del cual se emplea precisamente para transportar combustibles fósiles. No es una manía personal, ni una obsesión con los vehículos de combustión interna: es que son realmente la fuente del problema, su parte más importante, y contra la que hay que luchar antes de nada. A estas alturas, el comportamiento de los fabricantes de automóviles, de los gobiernos y de los consumidores es equivalente a terrorismo medioambiental.

Esto es, ni más ni menos, lo que hay. Estamos cometiendo el mayor error de la historia de la civilización humana, uno que vamos a pagar con mucho más de lo que tenemos, y no contentos con saberlo, ante la perspectiva de un invierno frío, nos disponemos a hacerlo todavía peor, pensando a corto plazo en lugar de hacer lo que deberíamos hacer. Si creemos que la acción contra la emergencia climática es cara, ya veremos en cuánto nos sale la alternativa…

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