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España y el futuro mapa energético europeo

IMAGE: Ursula von der Leyen in Spain (March 5, 2022)

La intervención de la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, ayer en el Palacio de La Moncloa, hablando sobre el creciente papel del España en el mapa energético europeo a raíz de la invasión de Ucrania por parte de Rusia es muy corta, pero sin duda muy significativa.

Indudablemente, el comportamiento de Rusia impone la urgente necesidad de reducir la dependencia de la Unión Europea de los combustibles fósiles procedentes del país. El 46.7% del carbón, el 41.1% del gas y el 26.9% del petróleo que consume la UE provienen de Rusia.

La mayoría de las exportaciones rusas son combustibles fósiles ($240 billones), y más de la mitad de ellas van a la Unión Europea. El valor medio de la factura energética que la Unión Europea, el Reino Unido y los Estados Unidos pagan a Rusia cada día es de aproximadamente quinientos millones de dólares, lo que equivale prácticamente a financiarle la guerra que se supone estamos intentando detener. La dependencia de Rusia es tan importante, que la exclusión del SWIFT de los bancos rusos se ha visto obligada a dejar fuera a dos de ellos para poder seguir pagando las facturas energéticas. Si la acción coordinada europea lograse disminuir la dependencia de Rusia en tan solo un tercio en un año, algo perfectamente factible, estaríamos hablando de un perjuicio de más de 16,000 billones para la economía rusa.

Indudablemente, la invasión de Ucrania por Rusia representa una oportunidad para acelerar la transición a las energías renovables y reducir la dependencia de un actor claramente indeseable en el panorama mundial. A corto plazo, esto implica obtener el petróleo y el carbón ruso de otras fuentes para los países que lo necesitan, algo factible aunque implique costes algo mayores. En el caso del gas, la reducción de la dependencia es algo más compleja: numerosos países europeos dependen en su totalidad de Rusia para su abastecimiento de gas, y las posibles alternativas dependen o bien de reforzar e interconectar otros gasoductos que provienen de países como Noruega, Argelia, Libia y otros, o bien de incrementar la actividad de las plantas regasificadoras que permiten abastecerse de gas licuado procedente de barcos metaneros.

Por mucho que pretenda el lobby nuclear, eso no es en absoluto una razón para plantearse recuperar centrales nucleares ya desconectadas. Por un lado, porque la mayor parte del gas que se importa a la Unión Europea, especialmente en el caso de países como Alemania, es utilizado no para la generación de energía, sino para usos como la calefacción y la industria, lo que lleva a que sustituir el gas en el caso de la Unión Europea sea algo más sencillo de lo que parece. Por otro, porque la idea de recuperar las centrales nucleares en los países que las han desconectado es una idea absurda y profundamente retrógrada, dado que la mayor parte de los reactores ya están completamente decomisionados y no operativos, y requerirían importantes inversiones para volverlos a poner en funcionamiento, algo que no tiene ningún sentido, y para resolver el problema irresoluble de los residuos. Pero por supuesto, eso es lo que pretende el lobby nuclear, que vive básicamente de enormes inyecciones de dinero público (del tuyo y del mío).

Si eliminamos, por tanto, la tentación de volver al pasado recurriendo a la energía nuclear, la situación de España es claramente privilegiada: por un lado, no depende del gas ruso dado que se abastece mayoritariamente a través del gasoducto argelino. Por otro, posee siete plantas de regasificación, más que ningún otro país europeo. Hacer crecer las importaciones desde el sur ofrece posibilidades muy interesantes de abastecimiento para la Unión Europea desde España e Italia, así como desde el norte, desde los yacimientos noruegos. Las plantas regasificadoras permiten abastecerse de barcos metaneros desde otros mercados, a un coste algo superior, pero razonable en momentos de crisis como el que vivimos.

Pero tanto las plantas regasificadoras como los gasoductos, como el gas en su conjunto representan, en realidad, tecnologías obsoletas y con escaso futuro, que se plantean únicamente como soluciones a corto plazo. En la práctica, lo interesante de las declaraciones de Ursula von der Leyen son las alusiones a la capacidad y al expertise de España en todo lo relacionado con las energías renovables: nuestro país se encuentra en el top 10 mundial en cuanto a inversión en la transición energética, con más de once mil millones de dólares. Obviamente, no es comparable en términos absolutos a la inversión de los líderes absoluto en ese sentido, China, pero sí supone un respetable 0.76% en términos relativos con respecto al PIB, el quinto del mundo, y es también muy importante en términos de contribución relativa de las energías renovables al total de energía producida y consumida en el país.

La presencia de Alemania, Francia, el Reino Unido y España en el top 10 de inversión en transición energética prueba que la Unión Europea está siendo capaz de plantearse el reto con un razonable nivel de seriedad, y España no está quedándose atrás en ese sentido. Pero más allá de las cifras, lo que la Unión Europea tiene que entender es que España es el país con una situación más favorable tanto para la energía solar como para la eólica, y que por tanto, se configura como un exportador energético neto a futuro. Para ello, dados los buenos resultados de la energía eólica, es preciso acelerar el desarrollo de la eólica marina, factible en amplias zonas de costa, y entender que ese papel nos llevará a dedicar un amplio porcentaje de nuestro territorio a aerogeneradores y placas solares, lo que precisará de estudios para poder hacer el suelo que ocupan también útil para otros usos, y de un importante compromiso tanto en el ámbito de las instalaciones solares domésticas, como de optimizaciones de consumo como el aislamiento o las bombas de calor.

Estamos ante la transición tecnológica más importante de la historia, España está destinada a jugar un papel importante en ella, y la Unión Europea lo sabe. Solo queda seguir trabajando para convertirlo en realidad.

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