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¿Irresponsabilidad, estupidez, o las dos cosas?

IMAGE: Marek Studzinski - Unsplash

Estamos en el verano más caluroso desde que existen registros, y todos los datos indican que será posiblemente uno de los veranos más frescos que recordemos en el resto de nuestras vidas. Desastres de todo tipo, desde las propias olas de calor hasta inundaciones o huracanes, se hacen cada vez más frecuentes y amenazan a cada vez más personas.

Las evidencias de la emergencia climática está en todas partes: es perfectamente conocido por la ciencia que el abuso de los combustibles fósiles libera contaminantes en su combustión que calientan el planeta y provocan que el clima extremo sea más violento, además de ensuciar el aire que respiramos con toxinas que dañan nuestros pulmones y otros órganos. Los científicos estiman que la contaminación del aire provocada por combustibles fósiles mata entre uno y diez millones de personas cada año. Se puede decir más alto, pero no más claro ni más avalado por la ciencia.

Y sin embargo, los subsidios de dinero público para financiar a la industria de los combustibles fósiles se incrementaron a su máximo histórico y alcanzaron, según un informe del International Institute for Sustainable Development (IISD), los 1.4 billones de dólares durante el 2022, a pesar de las supuestas intenciones y acuerdos para reducirlos que se alcanzaron en la cumbre climática de Glasgow hace tan solo dos años.

Nada menos que un billón de dólares en subsidios, 322,000 millones de dólares en inversiones de empresas estatales y 50,000 millones de dólares en préstamos de instituciones financieras públicas, sin incluir la asignación de nuevos permisos de explotación. Da lo mismo: la cuestión es seguir haciéndonos trampas al solitario, no perjudicar el crecimiento y poder seguir diciendo a los ciudadanos que pueden llenar sus depósitos tranquilamente, subvencionando lo que pagan en la gasolinera con un dinero público que va directo a los bolsillos de las petroleras. Gasolina más barata para que puedan seguir planteándose mantener su modo de vida y sus vehículos contaminantes, no vaya a ser que les planteemos algún tipo de replanteamiento o de incomodidad y que nos dejen de votar. Todos queremos gasolina barata, y la constatación de que eso está destruyéndonos no tiene la menor importancia.

Desde el año 2020, que marcó un descenso en esos subsidios derivado únicamente de los efectos de la reducción en la actividad debida a la pandemia, el importe destinado a sostener una economía ineficiente y contaminante no ha parado de subir, a pesar de los impactos cada vez más devastadores de la emergencia climática. Los combustibles fósiles son más caros y más ineficientes, pero en lugar de considerarlos como lo que son, una tecnología obsoleta y peligrosa, seguimos impulsándolos. Es perfectamente posible triplicar la producción de energías renovables entre ahora y el 2030, pero ese objetivo está poniéndose en peligro por culpa de unos gobiernos que prefieren, en su lugar, seguir sosteniendo a la industria de los combustibles fósiles. Si el importe destinado a esos subsidios se dedicase al desarrollo de tecnologías sustitutivas limpias, podríamos de verdad generar un cambio, pero elegimos conscientemente no hacerlo.

Es tan alucinante como que estamos echando combustible a un motor que nos lleva cada vez más rápido hacia nuestra propia destrucción. ¿Es irresponsabilidad, es estupidez, o es una combinación de las dos cosas?


This article is also available in English on my Medium page, «We’re literally driving ourselves to destruction: irresponsibility, stupidity, or both

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