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La electrificación del transporte ya está dando sus frutos

IMAGE: Jacek Dylag - Unsplash

Mi columna en Invertia de esta semana se titula «El vehículo eléctrico y la ciudad respirable» (pdf), y apunta a la esperanza: un estudio de la Universidad de Berkeley llevado a cabo con una red de sensores distribuidos por toda la zona de la Bahía de San Francisco demuestra que la adopción del vehículo eléctrico está generando descensos significativos en los niveles de contaminación urbana en la zona.

La reducción, de un 1.8% anual, puede parecer escasa, pero es aproximadamente la mitad de lo que sería necesario, un 3.7%, para que el Estado de California cumpliese sus ambiciosos objetivos de descarbonización, una reducción del 40% sobre los niveles de 1990 en el año 2030, que algunos dicen que no podrá cumplir. Y eso con una penetración del vehículo eléctrico sobre el total del parque que, aunque muy superior a la del resto de los Estados Unidos, sigue siendo muy escasa, de menos de un 4% sobre el total incluyendo los híbridos enchufables, cuya contribución real es bien sabido que es bastante escasa o nula. ¿Qué ocurriría si California, en donde las ventas de vehículos de combustión interna no estarán prohibidas hasta el año 2035, fuese mínimamente parecida a Noruega, en donde más del 90% de los vehículos nuevos adquiridos son eléctricos y el 98% de la electricidad proviene de fuentes renovables?

Los núcleos urbanos suponen en el mundo únicamente un 3% de la superficie habitable del planeta, pero generan alrededor de un 70% de las emisiones contaminantes, y lo hacen además precisamente allí donde se concentra la población. Si la adopción del vehículo eléctrico consigue una reducción de esas emisiones, su potencial de cara a la mejora de la calidad de vida de la reducción de enfermedades cardiovasculares, respiratorias e incluso mentales sería elevadísimo. Pero sobre todo, respondería a la lógica: una transición tecnológica con todo el sentido del mundo, hacia una tecnología claramente superior.

Cada día sabemos de forma más clara y evidente que todos los argumentos en contra del vehículo eléctrico eran completa y radicalmente falsos, y que provenían únicamente del interés de una industria obsoleta por retrasar su transición y seguir vendiéndonos un producto nocivo, apoyándose en hábitos construidos durante décadas. Todo es falso: no, no te mueres por tener que parar veinte o veinticinco minutos para recargar cuando viajas. No, no contaminas más, ni teniendo en cuenta la fabricación del vehículo, ni aunque la electricidad con la que lo recargas venga del más negro carbón. Y por supuesto, no es más caro, en cuanto tengas en cuenta los ahorros que genera en combustible y mantenimiento.

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La emergencia climática es exclusivamente un problema tecnológico: reemplazar dos tecnologías, los combustibles fósiles y el motor de combustión interna, con sus equivalentes limpios. Cuanto antes nos pongamos todos las pilas para llevarla a cabo, mejor para todos.

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