auctionclimate emergencyelectricityenergyfutureGeneralpricerenewables

La guerra más importante en este momento: la energía

IMAGE: Matthew Henry - Unsplash

El escenario energético actual es lo más parecido a una guerra que hemos vivido desde hace muchísimo tiempo. Y lo que es peor: las consecuencias de lo que ocurra en esa guerra son mucho más importantes para todos que las de cualquier otro tipo de conflicto de los que vivimos actualmente – siempre suponiendo que no entremos en la existencialmente absurda cuestión de escalar hasta un conflicto nuclear.

¿Qué es lo que está ocurriendo, y por qué podemos etiquetarlo, sin ningún tipo de frivolidad, populismo ni alarmismo, como nada menos que «guerra»? Lo que estamos viviendo es un balance de poder entre unas compañías generadoras y distribuidoras de energía que quieren ganar la mayor cantidad de dinero posible, unos países que están dispuestos a sacrificar los objetivos medioambientales del planeta a cambio de un breve alivio temporal, y otros que, con muy buen criterio, quieren modificar todo el sistema para realinearlo con nuestros problemas reales.

Empecemos por el principio: el problema energético no es europeo, es global. En Europa tendemos a echarle la culpa a la injustificable invasión de Ucrania por parte de Rusia y al chantaje que un autócrata como Putin pretende ejercer con los precios del gas, pero la realidad es mucho más importante: estamos viviendo la forzosa transición de todo el sistema energético desde uno que utilizaba principalmente combustibles fósiles, y que ahora sabemos a ciencia cierta (salvo una ruidosa minoría de negacionistas estúpidos) que era insostenible, hacia uno basado íntegramente en energías renovables.

Que esa transición tiene que llevarse forzosamente a cabo y, además, lo antes posible, es algo que nadie debería dudar. Las evidencias son cada vez más claras: si no cambiamos, nos dirigimos hacia una inestabilidad climática que, además de cobrarse muchísimas vidas y generar incontables pérdidas económicas, amenaza nuestra supervivencia en el planeta. El problema está, obviamente, en cómo llevar a cabo esa transición, y sobre todo, con qué tiempos. Durante los últimos años, la estrategia fue clara: un sistema de subasta energética maximalista, que atribuye a la energía el precio de la que cuesta más producir. ¿Por qué un sistema tan aparentemente demencial? Simplemente, porque se esperaba que las compañías, ante un sistema así, optasen por producir la mayor cantidad de energía posible a los precios más baratos, con el incentivo de poder cobrarla a los precios más caros. Es, simplemente, un sistema basado en la zanahoria: «pórtate bien, invierte en renovables, y te pagaré lo que produzcas a un precio mucho más caro».

Related Articles

¿Problemas? Evidentes: la codicia. La energía es una industria muy especial: los competidores son muy pocos, tienen vendido absolutamente todo lo que producen, y los consumidores no tienen la opción de no consumir. Con escasas excepciones, las eléctricas se han esforzado por rebajar sus costes invirtiendo en renovables, sí… pero sin pasarse. Porque «pasarse» significaba desmantelar otras centrales más caras y, consiguientemente, matar a la gallina de los huevos de oro, a las centrales que realmente fijaban el precio. El sistema ha llevado a que sigamos teniendo centrales de gas y de carbón, con costes de generación que ya no tienen ningún sentido para nadie… salvo para las eléctricas, que los usan para fijar el precio del total de energía producida y ganar dinero a espuertas.

Decididamente, el sistema no ha funcionado, y pretender mantenerlo como si estuviera escrito en piedra es completamente irracional e inviable. Nada urge más en este momento que la reforma del mercado energético. Pero claro, llegó una guerra. El precio del gas se fue a las nubes, y los especuladores del mercado energético se pusieron absolutamente las botas. Para los accionistas de las eléctricas, el mejor de todos los escenarios posibles. Pero para los ciudadanos, una pesadilla. Y para el planeta, si tratamos de arreglar el problema con soluciones a corto plazo, simplemente el fin.

¿Qué soluciones hay a corto plazo? Las estamos viendo: volver al carbón, subsidiar el consumo a los usuarios, aligerar los impuestos al gas, o incluso rebajar por ley el precio de las emisiones de dióxido de carbono, como pide Polonia. Todas ellas son «soluciones inmediatas» o «mágicas» que pueden aliviar la factura de la electricidad… pero que van exactamente en la dirección contraria de lo que necesitamos: nos llevan, precisamente, a consumir más de lo que está destruyendo nuestro planeta, a una velocidad cada vez más evidente. Pero como el ser humano, y sobre todo los políticos, no son buenos conectando causas con efectos y tienden a preocuparse solo de lo que pase durante su legislatura, así nos va.

¿Pero hay alguna otra solución para evitar que millones de hogares entren en situación de pobreza energética y tengamos un invierno durísimo? Sí, la hay. Hacer cambios no a corto plazo, sino con visión estratégica: si tenemos un mercado energético que claramente no ha funcionado, y que actualmente nos condena a la pobreza energética mientras multiplica los beneficios de unas eléctricas que no tienen ninguna prisa por descarbonizarse, la evidencia es que lo estamos haciendo todo al revés, y que tenemos que cambiarlo de la manera más rápida posible, incluso en retroactivo si nos dejan.

¿Cómo? Muy sencillo: si la zanahoria no ha funcionado, pasemos al palo. A partir de ahora, el precio de la energía será el que determine la media de los sistemas de producción más eficientes, es decir: hidroeléctrica, solar y eólica. ¿Produces con gas, carbón o nuclear? Muy bien, pero que sepas que te voy a pagar los megawatios producidos a precio de renovable. Si insistes en seguir con tus carísimas centrales, ¿qué le va a pasar a tu compañía? Simplemente, que no será competitiva, y perderá mucho dinero. Ya ves, es lo que tiene: unas veces se gana, otras veces se pierde. O te pones las pilas – nunca mejor dicho – e inviertes en renovables para aligerar tus costes, o desapareces. Todo ello, además, teniendo en cuenta que no te bastará con invertir en renovables: tendrás que hacerlo también en sistemas de almacenamiento – baterías, centrales reversibles, hidrógeno verde, etc. – que te permitan cumplir con los contratos de suministro.

¿Qué obtenemos en este caso? De manera inmediata, precios de la electricidad más baratos. Mucho más baratos. Las eléctricas verán sus beneficios reducidos, pero es lo que hay: tuviste tiempo para prepararte, y decidiste no hacerlo: error estratégico de esos que se pagan. Y a medio y largo plazo, una escalada enorme de la inversión en renovables y almacenamiento, que los gobiernos podrán incentivar, como está haciendo Estados Unidos y algunos otros países, en la medida de sus posibilidades.

¿Van a protestar las eléctricas? Por supuesto. Van a gritar, tirarse de los pelos, interponer denuncias, amenazar con dejar de invertir o con cortar el suministro, y muchas cosas más. Ojo, no todas. Algunas, las que más fuertemente han invertido en renovables, se convertirán en líderes en rentabilidad, y tendrán una oportunidad estratégica: en sectores en los que hay cambios rápidos de ese tipo, las oportunidades afloran de maneras muy interesantes. ¿Y a las que no? A los gobiernos tocará decidir qué hacen en esos casos, si ser duros, o más duros: si obligar a quien produce un bien de tan primera necesidad como la energía a trabajar por el bien de todos y del planeta, o bien decidir que, dado que no están a la altura, toca optar por la nacionalización, una solución decididamente mala, malísima, espantosa, pero que podría posiblemente configurarse como el último recurso. Recordémoslo: no estamos ante un «calentamiento global», que suena hasta agradable: estamos ante una EMERGENCIA CLIMÁTICA. Y no se llama emergencia por casualidad. Las emergencias requieren eso, soluciones de emergencia, no paños calientes y cortoplacismo.

Estamos ante una guerra importantísima: uno de los lobbies más importantes y poderosos del mundo, las eléctricas, contra el mundo. Contra todo el mundo, incluso contra ellas mismas, pero eso les da igual: todo sea cerrar el trimestre con beneficios y llevarse su bonus. Si optamos por rebajar los precios del dióxido de carbono, por subsidiar el gas o por otras soluciones cortoplacistas, estaremos aniquilando cualquier oportunidad de salvar el planeta a tiempo. Si, por el contrario, pasamos a las eléctricas de la zanahoria al palo, aún podremos pensar en una evolución que tenga, como mínimo, algo de sentido.

La opción está ahí. ¿Qué vamos a hacer con ella?

Related Articles

Leave a Reply

Your email address will not be published. Required fields are marked *

Back to top button