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Nuestra relación con el smartphone

IMAGE: FunkyFocus - Pixabay (CC0)

Me ha parecido muy interesante este artículo en The Guardian, «Smartphone is now ‘the place where we live’, anthropologists say«, en el que compara desde un punto de vista antropológico las sensaciones que nos genera nuestro smartphone con las que nos genera nuestra casa, lo que nos convierte en una especie de «caracoles» que llevamos nuestra casa a cuestas.

La comparación me parece muy adecuada considerando el rango de usos que llevamos a cabo en nuestros dispositivos, y la sensación de familiaridad que nos generan nuestras configuraciones específicas, desde las apps que tenemos instaladas, hasta su localización en las distintas pantallas o carpetas, la organización de nuestros datos, etc. En la práctica, me parece la misma sensación que nos genera nuestro ordenador frente a sentarnos delante de otro, aunque sea idéntico en su configuración, o cualquier otro dispositivo de uso habitual como podría ser una tablet, pero dado que nuestro smartphone lo utilizamos muchísimo tiempo al día (dos horas y cuarenta y cuatro minutos, dice el mío), las sensaciones se acentúan hasta el punto de percibir nuestro smartphone como «nuestro hogar digital».

Algunos fenómenos adicionales tienden a corroborarme este tipo de interpretación: la primera, cómo me siento cuando intento utilizar el smartphone de otra persona: sensación clarísima de extrañeza, de incomodidad, de «esto no es mío», o de «dónde diablos está esto o aquello», exactamente igual que si estuviese de repente en casa de otra persona y no supiese dónde está nada. En mi caso, que desde hace bastante tiempo suelo mantener un smartphone anterior totalmente preparado en un cajón con una configuración idéntica a la del que llevo en el bolsillo, he podido comprobar que la sensación de incomodidad también se produce si, por la razón que sea, tengo que utilizar ese en lugar del habitual.

La segunda es una sensación mucho más desagradable: la de perder el smartphone. No solo te sientes completamente desamparado y con la sensación de que no puedes hacer nada, sino que además, todas las acciones que se te ocurren para intentar hacer algo implican al propio smartphone que has perdido. Es como si, de repente, te quedases sin casa y no supieses ni a dónde ir, ni qué hacer. Cuando pierdes el smartphone, buscas angustiado la manera de comprobar los métodos que tienes de localizarlo, pero en muchos casos no sabes hacerlo fácilmente desde otro dispositivo, piensas en llamar a ese dispositivo e incluso te echas la mano al bolsillo para ello (para comprobar que, obviamente, no puedes llamar desde tu dispositivo porque no lo tienes). De repente, eres un homeless.

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Una interpretación antropológica cultural como esa me lleva, como en muchas otras ocasiones, a abominar de quienes hablan de los «terribles» efectos del smartphone sobre los niños: si hablamos de algo muy parecido a «nuestro hogar digital», el lugar donde almacenamos nuestros recuerdos, nuestros documentos, nuestros contactos y mil cosas más, lo que deberíamos claramente hacer no es preocuparnos por si nuestros hijos sufren efectos negativos, se deprimen o les salen cuernos (¡!!!!), ni aplaudir cuando los privan por ley de sus smartphones cuando están en el colegio, sino todo lo contrario: tratar de formalizar la educación en su uso para que sepan sacarles partido, utilizarlos de manera responsable, o incluso convertirlos en una herramienta para desarrollar su sentido crítico durante su educación.

Piénsalo: tu smartphone como tu hogar digital, como tu castillo, como el dispositivo que ha cambiado la historia y que ha sustituido a muchos otros que utilizábamos anteriormente, desde cámaras de fotos o de vídeo, hasta dispositivos de comunicación, cartera, libreta de notas, grabadora, despertador, etc. Cada vez vale más la pena que nos planteemos nuestra relación con él, sobre todo teniendo en cuenta que la inmensa mayoría de las personas han aprendido a utilizarlo prácticamente por su cuenta y de manera completamente autodidacta, con todo lo que ello conlleva. Tenemos, potencialmente, mucho que ganar.


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