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Las tiendas de aplicaciones como modelo abusivo

IMAGE: App Store and Google Play logos

El 10 de julio del año 2008, Steve Jobs presentó la App Store, en aquel momento con un total de quinientas aplicaciones, y la calificó como «el mayor lanzamiento de su carrera«. De aquellas quinientas aplicaciones iniciales, el 25% eran gratuitas, y el 90% de las de pago costaban menos de $9.99. Sin embargo, una regla estaba muy clara: sobre los ingresos obtenidos, bien por la descarga de la app o por las compras derivadas de su uso, Apple obtenía un 30%. Solo por operar en su plataforma, Apple se quedaba con un tercio de los ingresos

El origen de esa comisión del 30% era claro: respondía al redondeo de la comisión del 27% que la compañía ya llevaba tiempo cobrando a las discográficas por la venta de canciones a través de iTunes. Dado que esa comisión era la llave para acceder a los iPhones de muchísimos usuarios, un ecosistema muy interesante, exitoso y con un fuerte crecimiento, los desarrolladores la aceptaron. El resto, es historia: actualmente, con ventas de unos cincuenta mil millones de dólares anuales, la App Store sería la compañía número 64 del Fortune 500, y se situaría detrás de Morgan Stanley y delante de Cisco. Según Apple, la llamada «app economy» genera unos 2.1 millones de puestos de trabajo en los Estados Unidos, y solo durante la pandemia, dio lugar a trescientos mil más.

Sin embargo, el modelo de las tiendas de aplicaciones lleva ya bastante tiempo en crisis: lo escribí en julio de 2019, después de que Epic Games, la productora del exitoso Fortnite, se retirase de la Play Store de Android y redirigiese a los jugadores a una página propia para que se descargasen un instalador. Otras compañías con facturación recurrente como Netflix, Spotify o Tinder, siguieron el movimiento iniciado por Epic y trataron de evitar esas comisiones, iniciando un movimiento de protesta que ha incluido denuncias a las autoridades, tweets, expulsiones, vídeos de parodia, y hasta amenazas de abandonar determinados mercados.

Obviamente, no es lo mismo gestionar una plataforma en sus comienzos, cuando tiene mucho de apuesta, que hacerlo cuando se ha convertido en la vía de acceso única y consolidada para una porción creciente de la economía, y cuando las dos compañías que la controlan pretenden seguir cobrando un impuesto de nada menos que un tercio de los ingresos generados por el acceso a las mismas. La consolidación de esa «mafia del 30%» es desde hace tiempo vista como un flagrante abuso por un creciente número de compañías, y más cuando las big tech que las gestionan lo hacen de manera bastante arbitraria, reservándose el derecho a plantear excepciones o compitiendo con sus propias apps dentro de sus plataformas.

¿Han generado valor las tiendas de aplicaciones? Sin duda. ¿Pueden plantearse mantener sus estructuras de comisiones cuando su uso se ha generalizado completamente y se ha consolidado como prácticamente la única vía de acceso de muchos desarrolladores a internet? Seguramente no. Mientras los detractores del modelo plantean argumentos para el uso de la legislación antimonopolio y esperan la llegada de más regulación en ese sentido que las pueda proteger de lo que consideran un abuso, las compañías propietarias de las plataformas intentan contener las protestas y se plantean cómo evitar una crisis que se lleve por delante todo el modelo.

Ya veremos cómo acaba todo esto.


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