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Asegurando lo que ya no se puede asegurar

IMAGE: OpenAI's DALL·E, via ChatGPT

Los seguros son una actividad originada en la historia antigua, que trataba de alguna manera de blindar a las personas contra el infortunio en forma de mala cosecha, enfermedad, incapacidad o muerte. Con el tiempo, esa protección evolucionó para extenderse a la navegación y el comercio, una de las actividades que conllevaban un riesgo más evidente debido a posibles naufragios, piratería u otros elementos.

A partir de ahí, las aseguradoras modernas, creadas durante en la época de la Ilustración, se convirtieron en un negocio que ofrecía desde asegurar la vida o la salud de las personas para protegerlas a ellas o a sus herederos frente a una eventual enfermedad o fallecimiento, hasta proteger cualquier tipo de propiedad, bien o eventualidad, como la responsabilidad derivada de un acto determinado. La industria fue evolucionando, sofisticándose, y fue objeto de regulación para convertirla en una actividad financiera compleja que gira en torno a la estimación y consolidación de riesgos.

Esa idea, anclada en el concepto de probabilidad, provenía de la antigua Rodas en torno al año 800 AC, creció enormemente a medida que la sociedad fue prescindiendo de los antiguos principios de solidaridad y protección mutua y se fue adoptando una mentalidad cada vez más competitiva e individualista: tus vecinos y amigos ya no van a protegerte en caso de desastre, así que pídeselo a una compañía especializada en ello.

Las aseguradoras son, en realidad, intermediarios financieros que comercializan un producto, la seguridad, que garantizan a todos sus clientes, pero que únicamente entregan a una proporción estadísticamente pequeña de ellos. Con un principio tan simple como ese, las aseguradoras se han convertido en un producto prácticamente esencial – o incluso, en muchos casos, obligatorio – en la sociedad actual.

Pero como todos sabemos, por mucho que algunos se empeñen en negarlo, el mundo está evolucionando debido a una emergencia climática provocada por la actividad humana, y eso está generando un sustancial incremento en ls frecuencia y la severidad de las aún llamadas «catástrofes naturales», en realidad ahora provocadas en la mayor parte de los casos por la actividad humana. La factura que las aseguradoras tienen que pagar para compensar los daños producidos por esas catástrofes crece sustancialmente cada año, y eso supone una fricción cada vez más importante para sus cuentas de resultados, que pasa automáticamente a reflejarse en los precios de sus pólizas.

Las consecuencias son inmediatas: el impacto de la emergencia climática sobre las aseguradoras lleva a que, en las zonas afectadas por los efectos de la emergencia climática, los precios de las aseguradoras se vuelven difícilmente asumibles para un porcentaje cada vez mayor de la población: adquirir productos como seguros de hogar o de automóvil se vuelve prácticamente imposible para muchos, lo que implica un nivel de desprotección ante las catástrofes cada vez mayor.

En California, por ejemplo, algunas aseguradoras se niegan a aceptar pólizas que cubran el posible incendio de cada vez más propiedades, mientras en Florida, algunas dejan de cubrir daños producidos por huracanes o inundaciones, abandonan ese estado o directamente se van a la quiebra y dejan a sus asegurados sin cobertura.

La actividad del sector asegurador es fundamental para proporcionar garantías a las personas y a las empresas en un mundo civilizado, pero la realidad es que la factura de la emergencia climática crece cada año y se vuelve cada vez más difícil de cubrir recurriendo únicamente a la probabilidad. Se calcula que los daños provocados por la emergencia climática podrían llegar a suponer 23 billones de dólares para la economía mundial en 2050, un impacto que básicamente ninguna compañía podría llegar a cubrir.

¿Cómo se vive en un mundo en el que la protección contra fenómenos extremos capaces de terminar con tu vida o la de los tuyos, de dejarte sin cosecha, sin propiedades o de arruinarte completamente se convierte en imposible de adquirir para cada vez más personas? ¿Cómo reaccionar ante una deriva que convierte tu vida en una lotería siniestra en la que cada año tienes más posibilidades de que te toque? La emergencia climática es ya mucho más que una realidad absurdamente politizada, y evoluciona para convertirse en un drama para cada vez más personas. Los cheques con los que pagamos nuestro estilo de vida tienen cada vez menos fondos. Y sin embargo, teniendo disponibles tecnologías que permitirían evitar el desastre, la posibilidad de cambiar para protegernos aparece cada día más lejana.

Las aseguradoras no son el problema: son el síntoma. La red que nos protege cuando hay desastres está desapareciendo o haciéndose inaccesible para cada vez más personas. Para muchos, será el «si te toca, te tocó». Buena suerte.

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