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La evolución de la geopolítica y el peso de la tecnología

IMAGE: Gerd Altmann - Pixabay (CC0)

Mi artículo en Invertia de esta semana se titula «Geopolítica tecnológica» (pdf), y supone la comprobación de lo que muchos afirmábamos previendo el resultado de las elecciones presidenciales norteamericanas: la política exterior de Joe Biden, puesta claramente de manifiesto en el marco de la reunión de la Conferencia de Seguridad de Munich, es la de proponer la agrupación y coordinación de los países demócratas para combatir el enorme empuje de China, expresada sobre todo a través de su dominio en el ámbito de la tecnología.

Gracias a una política autocrática que le permite establecer estrategias a muy largo plazo sin depender de ningún tipo de golpe de timón, China ha logrado convertirse en la gran potencia mundial en tecnología. El país que un día fue la fábrica de productos baratos del mundo, hoy es líder absoluto en la fabricación de tecnologías tan estratégicas como los paneles solares, las baterías o los semiconductores, y ha conseguido que todas las cadenas de valor de fabricantes de todo tipo de productos, desde electrónica de consumo hasta automoción dependan de fábricas situadas allí. El país invierte un 2.4% de su producto interior bruto en investigación, $378,000 millones que van a sus 522 laboratorios y 350 centros de investigación en ingeniería estatales, más lo que investigan sus compañías privadas. Además, marca las tendencias en distribución y retail, se está situando como un líder en machine learning, está más avanzado que nadie en la emisión de dinero electrónico, posee una Gran Muralla probada desde hace muchos años que la blinda de agresiones y asegura su estabilidad interna, y hasta está construyendo carreteras y líneas férreas para crear una nueva versión de la ruta de la seda que asegure su liderazgo mundial.

Lo que los primeros meses de la pandemia evidenciaron sobre la brutal dependencia que todos los países tienen de China fue simplemente el aperitivo de lo que viene. El actual chipaggedon que está paralizando fábricas de automoción y varias compañías más en los Estados Unidos, y que no parece que tenga una solución rápida, tiene también su origen y su explicación en ese dominio tecnológico ejercido por el gigante asiático, y en unas torpes políticas infantiles del anterior inquilino de la Casa Blanca que no hicieron más que dejar cabos sueltos y problemas sin solución.

El planteamiento de la administración Biden es claro: China está ganando porque es un régimen autocrático que no respeta muchas de las normas que otros países consideramos derechos fundamentales, y porque plantea reglas completamente asimétricas con respecto al acceso a su enorme mercado interno. La alternativa planteada es aliarse para competir en áreas como los semiconductores o el machine learning y negar a China las tecnologías que necesita para convertirse en un líder global. El problema es que el avance de China lleva mucho tiempo siendo espectacular, que su vocación es la de dar forma a ese nuevo orden mundial porque «el mundo necesita a China«, y que mucho del progreso y del bienestar que se disfruta en muchos países proviene fundamentalmente de la carrera que China emprendió hace muchos años.

Que la tecnología sea la que desequilibre el orden mundial y quite y ponga líderes es algo que, como describí en mi libro «Viviendo en el futuro«, no debería sorprendernos. Después de todo, es una situación que ya vivimos en cada una de las antiguas eras, en las que el dominio de la tecnología del tallado de la piedra o de la forja de metales proporcionaba ventajas a los pueblos que disponían de ellas. Ahora, el dominio lo establecen tecnologías como los paneles solares, las baterías, los semiconductores y muchas otras. Nada nuevo bajo el sol.

Pretender arreglar esa situación de desequilibrio con sanciones, exclusiones y política de bloques es, desde mi punto de vista, muy complicado. China es un gigante completamente integrado en el comercio internacional, no parece tener grandes demandas internas con respecto a su organización política, y pretender que no es así es completamente absurdo. Lo que no se arregle con negociación y con la búsqueda del establecimiento de nuevas reglas que rompan la asimetría actual, me parece difícil que lo arreglen políticas de exclusión o de sanciones. Pero al menos, la situación ahora se plantea con alguien dispuesto a buscar acuerdos y colaboración, en lugar de con un paranoico matón de patio de colegio que gobernaba por espasmos y solo sabía decir «America First».

Veremos cómo evoluciona la situación.


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