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Google, Facebook y la vergüenza australiana

Australia se está convirtiendo en el mayor experimento sobre el futuro de la regulación de internet del mundo. Y por culpa de Google, tiene además muy mal aspecto.

¿Qué ha pasado? Primero, es importante conocer algo la casuística de Australia, de su entorno político y de sus medios de comunicación: hablamos, seguramente, de la democracia con mayor concentración de medios del mundo en manos de muy pocas personas y empresas. Los periódicos nacionales y de las grandes ciudades están dominados por tan solo dos corporaciones, News Corp Australia (Rupert Murdoch) y Nine Entertainment Co. Estos dos conglomerados, junto con Seven West Media son copropietarios de Australian Associated Press, que distribuye las noticias y las vende a otros medios, como la Australian Broadcasting Corporation, de donde se extraen una gran parte de las noticias cotidianas.

Además, los propietarios de estas compañías están muy claramente alineados con la mayoría conservadora que gobierna el país desde hace años, incluyendo una clara participación en sus campañas electorales y una fuerte amplificación del tono positivo de las noticias relacionadas con su gestión. Las compañías tecnológicas, por el contrario, gozan de pocas simpatías en el gobierno, algo a lo que contribuye también, lógicamente, su uso agresivo de tácticas de optimización fiscal para minimizar el pago de impuestos en el país.

En estas condiciones, resulta cualquier cosa menos sorprendente que los magnates de los medios logren que el gobierno decrete un nuevo paquete legislativo destinado a corregir «desequilibrios en el poder de negociación» entre las empresas de medios y las empresas tecnológicas, y que permite que las primeras puedan negociar individual o colectivamente el precio que ponen a sus noticias y obligar a las segundas a un proceso de arbitraje forzado que – por el momento – afecta únicamente a Google y a Facebook.

Es uno de esos ejemplos de «legislación a la carta» a cambio de favores que hemos visto anteriormente en otros países como España. En el caso español, terminó, en diciembre de 2014, con la decisión de Google de poner fin a la edición local de Google News, cuyo servicio permanece aún cerrado más de seis años después. En el caso de Australia, tras amenazar Google con una supuesta salida del país (que nunca habría sido tal), la compañía ha optado por la vía francesa: negociar pagos individualmente con algunos medios.

Es, sin duda, el peor resultado que podría esperarse: un desastre que supone un mal presagio sobre la web del futuro, que la convierte en un medio antidemocrático en el que solo algunos pueden vincular a algunos sitios, y que destroza la mismísima naturaleza de la web que conocemos. La web es un medio que se define, fundamentalmente, por una cosa: cualquiera puede hacer una página y poner en ella vínculos a la información que estime oportuna. Vincular es completamente libre. Poner un vínculo es algo que el autor de una página decide de manera completamente libre y para lo cual únicamente tiene que presionar un botón (o, anteriormente, escribir un comando), sin más limitaciones que su interés por el contenido que está vinculando. Nadie puede ni debe impedirlo.

De hecho, desde que Larry Page y Sergey Brin, fundadores de Google, idearon el algoritmo de su buscador, el enlace se convirtió en la métrica fundamental de la relevancia en la web: las páginas más relevantes son las que cuentan con un mayor número de enlaces entrantes desde otras páginas, en un modelo que imita a los índices de relevancia académica. Cambiar la naturaleza del enlace en la web de manera que se obligue a pagar por enlazar es atentar de manera gravísima contra la esencia de la web, contra el modelo democrático que permite que cualquiera pueda crear noticias. ¿Quién lo hace? Medios que de alguna manera se creen ungidos de algún tipo de divino poder que los convierte en «especiales». En el contexto de «Rebelión en la granja«, de George Orwell, los periódicos serían los cerdos, aquellos que defendían que todos los animales eran iguales, pero ellos eran «más iguales que otros».

¿Qué es un motor de búsqueda? Sencillamente, un servicio que debe permitir que un usuario encuentre lo que está buscando. ¿Qué es una red social? Un servicio que permite que los usuarios compartan contenidos. Si un medio no quiere que sus contenidos se puedan encontrar en un buscador o se puedan compartir en una red social, lo tiene muy sencillo: introduce un comando en su fichero robots.txt impidiendo su indexación, o solicita a la compañía correspondiente que bloquee su compartición. Sin embargo, eso no es lo que quieren los medios: lo que quieren es que, cuando se enlace a su contenido (repetimos, no hablamos de copiar su contenido, sino de enlazarlo, con lo que ello conlleva de generación de tráfico), además, se les pague por ello. Y no precisamente poco.

¿Por qué diablos debería alguien que te está generando tráfico, además, pagarte? Simplemente, porque ellos son «especiales». O porque ellos mismos estiman que ese alguien gana «demasiado» dinero y ellos «muy poco». Un criterio tan subjetivo como absurdo, dado que hablamos de negocios completamente diferentes. Pero sobre todo, un atentado contra la característica más importante de internet.

¿Qué va a pasar cuando, ciegos de ambición, los medios exijan ya no a Google o a Facebook, sino a cualquiera, que le pague por vincular a sus noticias? ¿Cuánto falta para que me lo pidan a mí, o a cualquiera que enlace una noticia en un tweet, en una red social o en una página personal? Falta, realmente, lo que ellos quieran, porque siempre encontrarán un gobierno dispuesto a negociar un tratamiento más benigno a cambio de ello. Yo te rasco la espalda a ti, tú me la rascas a mí cuando me haga falta. Así de sencillo. Buscar cualquier otra motivación filosófica, de lógica o de equidad es absurdo: no existen.

En esas condiciones, que Google acceda a negociar y pague es un desastre, porque significa que una de las compañías más poderosas de la web renuncia a defender su esencia, su identidad fundamental. Supone un «me trae sin cuidado que la web pierda su esencia siempre que yo pueda seguir haciendo lo que hago, ahí os la compongáis vosotros cuando os toque». Y es algo completamente execrable: Google, la compañía que da empleo a uno de los padres de internet, pasa a estar en el lado de los enemigos de internet, y a amenazar tanto su naturaleza, como su futuro.

¿Y Facebook? La decisión de Facebook es brutal: bloqueará la compartición y las cuentas de todos los medios australianos, pero además, incluirá en ese bloqueo a las autoridades de salud, los servicios de emergencia y de policía, la oficina de información meteorológica, la línea de ayuda contra la violencia doméstica y las cuentas de los políticos. Una decisión impresionante, pero en la que deja muy clara una cosa: se niega categóricamente a pagar por enlazar a la información. Como bien dice William Easton, CEO de Facebook Australia y Nueva Zelanda, “nos deja frente a una dura elección: intentar cumplir con una ley que ignora las realidades de nuestra relación con los medios, o dejar de permitir contenidos de noticias en nuestros servicios en Australia. Con gran dolor de nuestro corazón, elegimos lo último».

¿Están justificadas medidas tan brutales como esas? Completamente. Ante un ataque a la esencia de la red en la que has creado tu negocio, todo está justificado. Atacar la esencia de internet es atacar a todos sus usuarios. El caso de Facebook, además, es aún más doloroso: los medios utilizan Facebook para todo, incluso para inyectarse tráfico a sí mismos y pretender que son los más grandes. El chantaje de los medios por medio del gobierno es, simplemente, chantaje. Y un chantaje asqueroso, además, de la peor clase.

Desgraciadamente, cada vez son más los países cuyos gobiernos aceptan participar en ese chantaje, lo que nos lleva a augurar un muy mal futuro para la red que conocemos. En unos años, tratar de crear contenidos en la red será enfrentarse a amenazas como que llegue cualquiera y te exija un pago por haber vinculado a sus contenidos. Los mismos medios que se beneficiaban del tráfico que les enviabas, te denunciarán para que les pagues por haberlo hecho. Cualquier parecido con la libertad que reinaba en la red cuando la conocimos será una coincidencia. Pero eso sí… los gobiernos estarán muy contentos, y los medios los tratarán de maravilla. Para eso han quedado los supuestos garantes de la democracia.

Sencillamente asqueroso.


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