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La entrada de Tesla en el S&P 500 y la economía verde

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Mi columna en Invertia de esta semana, titulada «Tesla y el S&P 500» (pdf), utiliza el anuncio de la próxima entrada de Tesla en el índice S&P 500 el próximo 21 de diciembre, que lógicamente ha hecho subir de nuevo y de manera muy acusada el precio de las acciones de la compañía y ha convertido a Elon Musk en la tercera persona más rica del mundo, como un indicador del desarrollo de la llamada economía verde.

Sin duda, la entrada de una compañía en un índice como el S&P 500 supone una prueba de madurez. La incorporación al índice supone la llegada de incontables fondos e inversores nuevos que no invierten específicamente en la compañía sino en todos los integrantes del índice, y que suponen una nueva base para la capitalización de la misma. La entrada en el índice no siempre supone una mayor apreciación del valor de la compañía, sino una consolidación de este y una mayor estabilidad: para Tesla, sin embargo, a la que muchos aún valoran erróneamente como si fuera una empresa de automoción, la pertenencia al índice puede conllevar que, a medida que se vaya consolidando la rentabilidad de sus otros negocios – baterías, techos solares, red de cargadores, etc. – los inversores puedan considerar esas nuevas líneas como incrementos de valor sobre la base de una compañía perteneciente al índice, con todo lo que ello conlleva.

Pero la entrada en el S&P 500 tiene consecuencias que van mucho más allá de las que supone para la propia compañía: el 30 de noviembre de 1999, la entrada de Yahoo! en ese mismo índice S&P 500 representó la llegada de la economía digital, que con sus lógicos vaivenes, nos ha traído hasta un momento en el que la mayoría de las compañías más valiosas del mundo son tecnológicas, y vemos la necesidad de regular la forma en la que compiten para evitar que lo hagan de manera abusiva. En muchos sentidos, la entrada de Tesla representa la llegada de la economía verde, de una revolución en torno a la descarbonización, a la sustitución de los combustibles fósiles y al desarrollo de procesos sostenibles que sustituyen a toda una forma de hacer las cosas que nos ha traído hasta el actual momento de emergencia climática.

Si a la entrada de Tesla en el índice, además, unimos la caída de Donald Trump, un negacionista convencido y un irracional adalid del petróleo y del carbón por encima de todo, y la llegada a la Casa Blanca de Joe Biden, que trae bajo el brazo inversiones previstas de 1.7 billones de dólares en el ámbito de esa llamada economía verde, tenemos un panorama claro que define la magnitud de lo que viene: quien no quiera verlo, quien no apueste en esa dirección, se verá pronto en la misma situación que aquellos que, a finales de los ’90, despreciaron la llegada de internet o creyeron absurdamente que la primera crisis de las puntocom significaba que todo había acabado y que volveríamos a la normalidad anterior. Nunca fue así. Ahora, cuando miramos hacia atrás, nos cuesta recordar cuando la economía no era digital y las mayores empresas del mundo no eran tecnológicas. En no mucho tiempo, miraremos hacia atrás y nos horrorizaremos pensando cómo la economía podía ser tan demencial y tan insostenible. Si no entiendes que la economía verde está aquí para quedarse, ya sabes lo que te estarás perdiendo.


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