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Lo que nos jugamos en las presidenciales norteamericanas

IMAGE: US 2020 Presidential Election

Mi columna en Invertia de esta semana se titula «Las elecciones más peligrosas de la historia» (pdf), y el tema es bastante obvio: el próximo martes 3 de noviembre, seguro que no hace falta que te lo diga, tendrán lugar las elecciones presidenciales en los Estados Unidos. En realidad, llevan ya teniendo lugar varias semanas, y son, de hecho, las elecciones en las que más personas han votado anticipadamente de la historia, más de setenta y un millones a día de hoy, bien por correo o en persona. Y en esas elecciones no se decide simplemente quién va a ser el presidente de los Estados Unidos durante los próximos cuatro años, sino algo mucho más importante: cuál va a ser el futuro del planeta en que vivimos, no simplemente esos 328.2 millones de estadounidenses, sino todos. Todos nosotros.

Unas elecciones en las que dos septuagenarios tratan de llegar con sus programas a unos electores a través de unos canales cada vez más influenciados por la tecnología: la mayor influencia ya no se consigue a través de periódicos, radio o televisión, sino mediante las redes sociales. Las decisiones de los gestores de estas redes sociales, como el admitir o no publicidad electoral, poner en marcha mecanismos contra la desinformación, o impedir mensajes que se atribuyan la victoria antes de que los resultados sean finales, condicionan enormemente la opinión pública. De hecho, redes como Twitter, hilo conductor y principal arma de comunicación de Donald Trump durante sus cuatro años de mandato, o Facebook, convertida en una siniestra cámara de eco en la que los conservadores son favorecidos hasta límites preocupantes, se han convertido en actores fundamentales en el juego democrático, en un papel que, sin ningún género de duda, habrá que revisar en el futuro.

Por mucho que la mayoría de los escenarios electorales previstos favorezcan al candidato demócrata Joe Biden, lo paradójico en estas elecciones es que aunque hablemos de una de las democracias más consolidadas del mundo, hay muchos de esos escenarios que se salen de lo que podríamos calificar como normalidad democrática, y que incluyen hasta el llamado «Trump coup», la posibilidad de que el actual presidente se declare ganador independientemente del resultado e incite a sus exaltados y peligrosos seguidores a salir a la calle a celebrarlo. Aunque algunos afirmen que el actual ocupante de la Casa Blanca carece de suficiente popularidad con estamentos como la policía, los militares o las agencias de seguridad como para que algo así pueda producirse, no deja de ser un escenario verdaderamente paradójico y preocupante, que revela los peligros de ese auténtico cáncer de la democracia llamado populismo.

En realidad, sabemos lo que convierte estas elecciones no solo en un momento de la verdad para la democracia norteamericana, sino para todo el planeta: que estamos viviendo las consecuencias de haber puesto al frente de un país a un estúpido magufo negacionista que no cree en la ciencia, que divulga teorías de la conspiración y falsedades como si no hubiese un mañana, y que se ha convertido en el verdadero responsable tanto de la mayor oleada de desinformación, como de la mayor pérdida de confianza en las instituciones que su país ha vivido en toda su historia.

En la práctica, sabemos perfectamente que el planeta en que vivimos sería completamente incapaz de soportar cuatro años más con Donald Trump al frente de los Estados Unidos. Pienses lo que pienses sobre Joe Biden, lo cierto es que ha comprometido 1.7 billones de dólares en un plan contra la emergencia climática que como mínimo, suena infinitamente más esperanzador que otra presidencia de Trump al servicio del big oil y el carbón, que tiene unos planes y una estrategia económica creíble y que, muy posiblemente, podría protagonizar una recuperación económica rápida.

Y sin embargo, aunque las evidencias sean aplastantes, nos volvemos a encontrar como hace cuatro años: con un psicópata en la Casa Blanca que no necesita tener un programa porque sus votantes, en cualquier caso, no lo iban a leer y se iban a quedar con infladas soflamas y consignas conspiranoicas, y que podría ocurrir, aunque sea con escasas posibilidades, que volviésemos a tener otra sorpresa. En 2016, cuando me desperté en un hotel con la noticia de la victoria de Donald Trump y cambié el café del desayuno por una tila, escribí mis impresiones sobre el tema, y hoy puedo comprobar que no me equivocaba en absoluto: cuatro años perdidos para el medio ambiente, para el planeta, para los acuerdos de París, para todo. Tiempos oscuros.

Nos jugamos mucho. Por favor, que no tengamos que soportar durante cuatro años más a semejante imbécil. El mundo no lo soportaría.


The original article is also available in English on my Medium page, «We are on the verge of the most dangerous election in history«


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