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Sobre la recuperación verde…

IMAGE: Seagul - Pixabay (CC0)

Mi columna en Invertia de esta semana se titula «Lógica verde e inevitabilidad» (pdf), y habla de la inevitabilidad de una transición hacia una economía verde ahora que los costes de la generación de energía renovable están ya sensiblemente por debajo de los que pueden alcanzarse mediante la quema de combustibles fósiles.

Los escépticos de las energías renovables son ya simplemente personas desinformadas, que suelen basarse en la época en la que era necesario subvencionar las energías renovables para que estas fueran rentables. Esa era ha terminado: las fuertes economías de escala en la fabricación de elementos del tejido productivo como los paneles solares o las baterías han llevado a que las energías renovables no solo estén ya perfectamente capacitadas para generar la totalidad de la energía necesaria en un país, sino a que podamos pensar en dirigirnos hacia un futuro en el que la energía sea abundante y muy barata, tanto que incluso deje de compensar medirla.

Todas aquellas tonterías sobre la incapacidad de las energías renovables para abastecer la demanda cuando el sol no brilla o el viento no sopla son cosa del pasado. Decididamente, el escenario actual de crecimiento de las energías renovables es drásticamente distinto del que vivimos en años anteriores, y quienes no sepan verlo, sean inversores, compañías o países, se perderán oportunidades potencialmente muy importantes.

Esta realidad está llegando a cada vez más segmentos de la población: en una reciente encuesta de Pew Research entre ciudadanos norteamericanos, el 77% estuvieron de acuerdo en que es mucho más importante seguir desarrollando fuentes de energía alternativa como la solar o la eólica, que continuar invirtiendo para obtener más carbón, petróleo, gas u otros combustibles fósiles.

La descarbonización del tejido de generación de energía es una realidad inevitable: los países que no la emprendan tendrán no solo un problema de mayores costes y de mayor dependencia de una fuente de energía de precios inestables, sino de mayor generación de dióxido de carbono y de mayor contribución a la emergencia climática, lo que podrá conllevar sanciones internacionales. La vuelta de los Estados Unidos al Acuerdo de París y los compromisos alcanzados por países como Japón, la Unión Europea o la mismísima China de cara a la neutralidad en emisiones en el año 2050 hacen pensar en un escenario en el que seguir apostando por quemar derivados del petróleo será una propuesta claramente cortoplacista, perdedora y arriesgada.

La propuesta más interesante es apalancar la descarbonización como una oportunidad para generar riqueza y puestos de trabajo, en el contexto de una recuperación económica que deberá necesariamente dejar de lado los métodos y la forma de hacer las cosas que nos trajeron hasta aquí. Ahora sabemos fehacientemente que la supuesta disyuntiva entre contener la pandemia y salvar la economía era completamente falsa: no existe correlación alguna entre esas variables en ningún país a lo largo del mundo. Ahora, de cara a la llegada de las vacunas y el previsible fin de la pandemia, los países que mejor lo hagan serán aquellos que afronten esa fase de manera más agresiva y decidida. Ser continuista va a ser una muy mala apuesta frente a la idea de emprender una fase de reconversión agresiva de la totalidad del tejido energético y productivo. Quienes antes la emprendan, antes podrán plantearse recoger sus frutos.

En este contexto, lo que funcionan son las apuestas claras. Descarbonizar de la manera más agresiva posible, dejando claro a quienes no quieran hacerlo que su apuesta será penalizada: adquirir un vehículo diesel podrá ser aparentemente más barato debido a las ofertas de las marcas que pretenden desprenderse del inventario de ese tipo de vehículos, pero pronto, mantener ese tipo de vehículos será no solo mucho más caro, sino que conllevará cada vez más limitaciones en su uso. El futuro no es decrecer, como pretenden los seguidores de Jason Hickel, sino crecer de manera más adecuada, apalancando para ello la tecnología y la innovación con el fin de obtener una eficiencia cada vez más elevada.

Volver a como hacíamos las cosas antes de la pandemia sería un error imperdonable. No nos equivoquemos: una crisis es una oportunidad para cambiar las cosas. Y en la situación actual, con una emergencia climática cuyos efectos pueden superar con mucho los de la crisis provocada por la pandemia, las oportunidades es importantísimo aprovecharlas.


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