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Mi vida descarbonizada: el primer mes frío

IMAGE: E. Dans

Resulta curioso, si vives en Madrid, decir que el mes de noviembre ha sido el primer mes de invierno, pero este año ha sido realmente así: encendimos la calefacción por primera vez el día 6. Hasta ese momento, no fue necesaria, y simplemente necesitamos encender la chimenea ocasionalmente durante las últimas horas más frías del día para mantener una temperatura de confort razonable.

El caso es que este noviembre ha sido el primer mes en el que, tras un largo y cálido verano, nos encontramos ante la tesitura de conectar la calefacción y ver cuánto de verdad había en las promesas de obtener un balance energético razonable con respecto al que teníamos con el gas, que desconectamos completamente.

Las bombas de calor o aerotermia son una de las tecnologías fundamentales en la descarbonización y de cara a la independencia energética de Europa, pero la experiencia durante los primeros meses en que tuvimos la aerotermia instalada antes de tener los paneles solares, a finales del invierno pasado en los meses de marzo y abril, había sido bastante preocupante en términos de gasto. Con la aerotermia recién instalada, aún sin experiencia en su uso, y dado que la instalación de los paneles solares en abril coincidió con el momento en que la calefacción ya no era necesaria, carecíamos de experiencia con el conjunto de la instalación. Intuitivamente, y aunque la amortización del gasto no era lo que realmente nos preocupaba, nuestra sensación era que si bien teníamos muy clara la rentabilidad de los paneles solares y de la batería a medio plazo, la de la instalación de la aerotermia distaba mucho, en una primera observación, de ser tan evidente.

La primera factura de un mes con calefacción nos viene a demostrar que nuestra decisión de sustituir el calentador de gas por una instalación de aerotermia tuvo sentido, y que lo que habíamos ido leyendo sobre bombas de calor tenía cierto sentido. Una bomba de calor es un aparato – dos, en realidad, uno fuera de casa y otro dentro – enorme, y con un consumo de electricidad elevado, que es preciso entender para extraerle un cierto partido. Calentar una casa del tamaño de la nuestra a una temperatura de confort razonable y mantenerla supone un consumo energético elevado se utilice para ello la tecnología que se utilice, y de hecho, con el calentador de gas, nuestras facturas medias mensuales en meses de invierno solían estar en torno a una media de unos cuatrocientos euros.

El invierno es un mes complicado para quien tiene una instalación como la nuestra: de entrada, las horas de sol disminuyen sensiblemente, como lo hace también el sol directo. El rendimiento de los paneles solares en días de invierno, muchos de ellos nublados y con un ángulo de incidencia muy por debajo de lo que sería óptimo, es sensiblemente menor, lo que hace que los porcentajes de autosuficiencia de los meses de verano, próximos al 100%, se conviertan en impensables. De hecho, ya en octubre empezamos a notar cómo la carga del coche, que durante el verano hacíamos coincidiendo con las horas de más sol, se volvía imposible, y nos veíamos obligados a volver a la carga nocturna con energía importada, y cómo la carga de la batería dejaba de ser suficiente como para soportar el consumo nocturno. Claramente, en meses fríos, el objetivo ya no tiene que ver ni mucho menos con la autosuficiencia, sino con ser capaces de obtener un consumo inferior al que teníamos con la instalación anterior.

Gestionar un aparato de aerotermia no es tan sencillo como simplemente conectarlo y dejar que te caliente la casa, y nuestro caso además, no es el óptimo, dado que llevamos a cabo la instalación en una casa que ya tenía instalación de radiadores – razonablemente nuevos y eficientes, eso sí – en lugar de utilizar suelo radiante o radiadores con flujo de aire optimizados. Entender el efecto de los cambios en la temperatura de impulsión del agua y, sobre todo, el concepto de inercia térmica es fundamental para poder tener la casa a una temperatura de confort razonable sin incurrir en un gasto elevado. Básicamente, la idea es fijar la temperatura adecuada con la temperatura de impulsión por defecto (en nuestro caso, 22º con una temperatura de impulsión de 55º que teníamos prefijada inicialmente), esperar a que la casa alcance esa temperatura y, a partir de ahí, ir bajando la temperatura de impulsión (la del agua que circula por los radiadores) todo lo que podamos, manteniendo la temperatura de la casa. En nuestra experiencia, estamos ya en una temperatura de impulsión de 46º, y los 22º se siguen manteniendo adecuadamente durante todo el día.

Con una instalación de este tipo, alcanzar esa inercia térmica es fundamental, y por tanto, todo lo que se aparte de ahí, debe ser planteado con sumo cuidado. Lo que habitualmente hacíamos con el calentador de gas, regular la temperatura para tener distintas franjas durante el día y la noche, o reducirla en las horas que no estamos en casa, pierde mucho sentido: el objetivo es mantener una temperatura constante, y únicamente reducirla si vamos a estar fuera de casa varios días, porque por lo general va a ser mucho más económico mantener esa temperatura constante frente a tener que volver a elevarla si la habías reducido.

Con esos principios, el resultado de este mes puede considerarse muy satisfactorio. Una factura de electricidad inferior a los doscientos euros, considerando que incluye desde los consumos habituales de todos los aparatos de la casa hasta la calefacción mediante la aerotermia, pasando por la carga de nuestro vehículo eléctrico es algo que, para el tamaño de casa que tenemos, nos parece muy adecuado, y sensiblemente inferior a lo que resultaría de pagar los consumos de electricidad, gas y gasolina correspondientes.

También es momento de empezar a replantearse los dimensionamientos de la instalación, que parecen ahora bastante más adecuados. En estas condiciones, pensar en incrementar la capacidad de la batería, que podría haber parecido recomendable en los meses de verano, no tiene demasiado sentido, dado que ningún día alcanzamos a llenar su capacidad. Incrementar el número de placas o instalarlas en disposiciones que aprovechen más el sol del invierno podría ser una posibilidad, pero aún tardaremos en planteárnosla (al menos, hasta que la eficiencia de las placas se incremente por un factor razonablemente significativo).

En los meses que se avecinan, en los que ya la calefacción está conectada desde el primer día hasta el último y las temperaturas exteriores, previsiblemente, puedan descender más, es previsible que esa factura se incremente, y aquí seguiré contándolo. Pero por el momento, nuestro mayor temor, el de que la aerotermia no fuese tan eficiente como nos habían prometido parece empezar a disiparse.

Seguiremos informando.

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