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El euro digital y la innovación errónea

IMAGE: Gerd Altmann - Pixabay

La Unión Europea publica sus largamente anticipados planes legislativos para el desarrollo del euro digital, una moneda digital emitida por un banco central, o CBDC, supuestamente destinada a asegurar que los ciudadanos europeos pueden llevar a cabo pagos digitales a lo largo de los países de la Unión de manera sencilla y gratuita.

El texto parte de una serie de principios básicos: en primer lugar, que sea digital o no, un euro siempre será un euro. En segundo, que podrá sustituir al dinero en metálico, pero que este seguirá estando disponible a todos los efectos. Y en tercero, que el euro digital pretende no poner en riesgo ninguno de los elementos de la cadena de valor monetaria ni el papel del sistema bancario.

Partiendo de esos principios, ¿qué tenemos sobre la mesa? Básicamente, una CBDC, con todas las objeciones derivadas de ellas. Fundamentalmente, que si la evolución natural y lógica del dinero apunta de manera clara a reducir o eliminar el papel de control los bancos centrales y los estados, las CBDC apuntan exactamente en sentido contrario. Y para quien lo dude, está la experiencia del primer país que lanzó seriamente una CBDC, China, que desde 2020 paga los salarios de los empleados públicos en e-yuan y el enorme papel que el e-yuan juega en el incremento del control de su gobierno sobre las transacciones económicas.

¿Dónde está el problema? Simplemente, que digitalizar el dinero otorga a quien lo hace mucho más poder. Eventualmente, el dinero digital podría ser, además de completamente trazable, también programable, lo que posibilitaría, por ejemplo, que se pueda crear dinero que expira en una fecha determinada, con el fin de generar más transacciones y calentar la economía cuando la autoridad central lo considera adecuado.

En el caso del euro digital, algunas de estas posibilidades están restringidas, al menos por el momento: se pretende que tenga garantías de privacidad, que se pueda utilizar offline, que se impida cobrar por su uso en transacciones, que que se restrinja la posibilidad de tener en euros digitales más de tres mil euros, y que no podrá ni generar intereses, ni ser programable para condicionar su uso posterior.

¿Por qué están ahí muchas de esas restricciones? En primer lugar, porque la pretensión parece ser tratar de reinventar el dinero en metálico, pero dejando al margen la mayor innovación que afecta a cómo podría hacerse algo así: la criptografía. La garantía de privacidad está ahí porque se ha revelado como la mayor preocupación de los ciudadanos europeos, pero además, el hecho de tomar como modelo el dinero en metálico contraviene uno de los principios básicos de la innovación: el tratar de reemplazar algo simplemente incorporando prestaciones incrementales al modelo anterior. En efecto, el dinero en metálico tiene muchas ventajas interesantes… pero tomarlas como modelo para su sustitución impide plantearse muchas posibilidades que podrían, eventualmente, garantizarlas aún mejor.

Si además tratamos de preservar a toda costa todos los elementos de la cadena de valor del dinero, como el papel de los intermediarios bancarios, llegamos a la conclusión de que tenemos que impedir, por ejemplo, que alguien pueda acumular su dinero en forma de euros digitales y generar intereses con ellos, porque eso equivaldría a tener tu dinero directamente en el banco central, privando a los bancos comerciales de su papel.

En la práctica, las CBDC son un intento de los bancos centrales de evitar el desarrollo de lo que verdaderamente apunta a ser el dinero del futuro: las criptomonedas. De hecho, algunos países, como Rusia o la propia China, acompañan el lanzamiento de sus CBDC con la prohibición de las criptomonedas. Obviamente, eso no afectará en absoluto al nivel de popularización de esa innovación: los bancos centrales y los gobiernos tienen suficientes palancas para obligar al uso de sus monedas digitales, y muchos ciudadanos, además, ni siquiera llegan a plantearse las objeciones mencionadas. Con las CBDC, los bancos centrales intentan mantener – o eventualmente, incrementar – su nivel de control con más grados de libertad gracias a la digitalización, previendo un escenario en el que ese control termine correspondiendo únicamente a un algoritmo, sea establecido de forma inamovible como en el caso de Bitcoin, o gobernado por una comunidad de desarrollo transparente y en código abierto como en Ethereum.

Las CBDC son, esencialmente, una mala idea. Y además, un claro ejemplo de proceso de innovación planteado de forma errónea.

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