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Regenerando la política

IMAGE: Tyler Merbler - CC BY

Esta semana, además de mi columna en Invertia, que se titula «El shock y la regeneración política» (pdf), me ha citado también El País/Cinco Días hablando sobre el tema en «Por qué la demanda de Parler a Amazon dispara el debate sobre el enorme poder de las ‘big tech’» (pdf), y queda por salir algún otro análisis para el que también me pidieron opinión.

En mi análisis, parafraseo la teoría del shock para explicar qué ha hecho que en los Estados Unidos, un país en el que la libertad de expresión es prácticamente ilimitada en función de la Primera Enmienda de su Constitución, hayan sido tantas las instituciones, compañías y servicios que hayan tomado la decisión de posicionarse en contra del presidente Trump y sus seguidores, o incluso de cerrar sus cuentas o negarle sus servicios: con el Capitolio aún ocupado, lobbies empresariales tan potentes como la National Association of Manufacturers o la Business Roundtable publicaron sendos comunicados rechazando la acción y posicionándose a favor de la destitución de Donald Trump. Otras, como Ben & Jerry’s, que en ocasiones anteriores ya se habían expresado en contra del supremacismo, dejaron clara y patente su postura, e incluso el fabricante del desodorante Axe, uno de cuyos envases fue fotografiado entre la basura que dejaron los invasores, se desmarcó diciendo que condenaban el asalto y que preferían estar solos a mal acompañados. Muchas compañías, de hecho, han cancelado sus donaciones a los 147 candidatos del partido republicano que se negaron a aceptar los resultados electorales. Hasta la ciudad de Nueva York ha cancelado los contratos que tenia con Donald Trump para gestionar un campo de golf, un carrusel y dos pistas de hielo.

¿Qué lleva a compañías e instituciones a posicionarse tan claramente en contra de una ideología que, no lo olvidemos, tiene unos setenta millones de votantes norteamericanos detrás? Simplemente, el efecto del shock. Que Michelle Obama pida a Silicon Valley que niegue sus servicios a Trump y prevenga el abuso de sus plataformas por parte de futuros líderes entra dentro de lo previsible. Pero que lo haga el ex-gobernador del estado de California Arnold Schwarzenegger, republicano de toda la vida, grabe un discurso en contra de Donald Trump y del trumpismo en general y apoye a un presidente demócrata, no lo es tanto. A partir de un nivel de shock determinado, los parámetros cambian, las prioridades se alteran, y la posibilidad de convertirte en una persona o en una compañía odiada por setenta millones de norteamericanos votantes de Donald Trump pasa a preocuparte menos: lo que importa es posicionarte a favor de una regeneración política que, tras el shock, ya entiendes como imprescindible.

¿Está justificado echar a Trump de todas las plataformas como si fuera un apestado? Completamente, y tiene más precedentes de lo que parece. ¿Cómo entender las críticas de políticos como Angela Merkel o Bruno Le Maire a la expulsión de Donald Trump? Es sencillo: en los Estados Unidos, la regulación de lo que se puede o no puede decir no funciona como en Europa o en otros países debido a la fuerza y a la centralidad de una Primera Enmienda completamente consolidada en la sociedad. Eso simplemente impide que pueda llegar un juez y sentenciar lo que se puede o no se puede decir. En su lugar, lo que rige son los términos de servicio: si el acuerdo que regula la prestación de un servicio es legal, violarlo equivale a que la compañía que te prestaba ese servicio pueda ponerte de patitas en la calle, de la misma manera que se regula el derecho de admisión. Si incumples los términos de servicio, te vas fuera. En el contexto norteamericano, pensar, por ejemplo, que un servicio como Parler pueda pedir a un juez que obligue a Amazon a proporcionarle servicios cuando ha roto de manera reiterada sus términos de servicio es una idea poco menos que grotesca.

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Visto así, que GoFundMe cancele las páginas en las que los asaltantes del Capitolio pedían dinero para pagarse el viaje a Washington, que Airbnb haga una lista negra con los implicados y cancele todas las reservas en Washington durante la semana de la inauguración, que las aerolíneas consideren incluir a los implicados en el asalto a la No Fly List, o incluso que muchas compañías decidan echar a los trabajadores que participaron en el asalto son cuestiones que tienen que ser puestas en el contexto de la legislación estadounidense: tienes derecho a decir lo que quieras, pero nadie te va a librar de las consecuencias de ello.

¿Quién debe marcar las reglas de lo que justifica o no una expulsión de una plataforma? En primer lugar, hay que entender lo que está en juego: si no se expulsaba a Donald Trump y no se detenían los bulos y el discurso del odio que estaban tras el asalto al Capitolio, las consecuencias podrían haber sido mucho peores. Todas las plataformas tienen salvaguardas que les permiten excluir a quienes, por ejemplo, llaman a la violencia, como excluyen a quienes practican o difunden el abuso a menores, a quienes publican detalles personales de un tercero o a quienes incurren en muchos otros comportamientos. Las infraestructuras de internet, nos pongamos como nos pongamos, no son servicios públicos: son compañías privadas con todo el derecho a marcar sus reglas y sus límites, siempre que lo hagan dentro de la legalidad vigente.

Que Facebook elimine todo contenido relacionado con el «Stop the steal», que Twitter cierre 70,000 cuentas que difundían contenido de QAnon o que Donald Trump se vea privado de medios en los que difundir su mensaje o generar atención provoca, por ejemplo, que en la convocatoria a sus seguidores para protestar frente a las oficinas de Twitter en San Francisco solo aparezca una persona. Que los seguidores del trumpismo se vean obligados a refugiarse en los lugares más recónditos de la red, a hacerse prácticamente clandestinos, es algo fantástico para la sociedad. Ahora, cuatro años después, empezarán a entender que hay algo que está mal en sus ideas. Que no todas las ideologías deben ser toleradas. Si de algo hemos pecado ha sido de no haberlos echado antes.

¿Censura? ¿Comportamiento organizado para marginar una ideología? No, mira: puedes ser todo lo conservador que quieras y expresarte como quieras… hasta que llega el momento en que llamas a la violencia o invocas el discurso del odio. En ese momento, la tolerancia con tu actitud solo lleva a la paradoja de la tolerancia, a que la capacidad de la sociedad para ser tolerante sea reducida o destruida por los intolerantes. Y más aún cuando los propios intolerantes violan esas reglas de tolerancia con respecto a todos los demás. Aquellos que defiendan que no deberías echarse a Trump de ningún sitio, que se lean y memoricen a Karl Popper. En este caso, cuatro años de tolerancia llevaron claramente a que, alentados por el presidente más irresponsable de todos los tiempos, unos idiotas que deberían ser excluidos de la sociedad asaltasen el Capitolio.

La expulsión del ágora pública de Donald Trump y su condena al ostracismo es la muerte del «vale todo», y marca el final de los tiempos oscuros que predije hace cuatro años. Es el comienzo de una nueva era, en la que aspiraremos a regenerar la política en torno a unos principios más razonables. No es censura: es poner las cosas en su sitio.


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