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Sobre la privacidad y la información

IMAGE: Ads695 - CC BY-SA

Las etiquetas de privacidad para aplicaciones impuestas por Apple en su App Store se están convirtiendo en una auténtica pesadilla para los desarrolladores, y en una fuente de protestas para compañías que llevan años abusando de esa privacidad, como es el caso de Facebook, que ha convertido el tema en un auténtico casus belli.

Las etiquetas en cuestión son fáciles de encontrar: basta con acudir a la App Store, buscar una aplicación en concreto o hacer clic en nuestro perfil para ver las que hemos descargado, y desplazarnos hacia abajo en su descripción. El trabajo de diseño llevado a cabo por Apple hace que las etiquetas sean razonablemente claras, y permitan hacerse una idea de las prácticas de la aplicación en cuestión. Plantear algún tipo de oposición a un etiquetado de este tipo es, claramente, un intento de actuar de manera oscura, intentando que los usuarios no lleguen a tener claro lo que ocurre con sus datos.

La comparación con el etiquetado de productos alimenticios, las llamadas nutrition facts, implantadas en los Estados Unidos en 1990, resulta muy interesante: al principio, ese etiquetado fue acusado por numerosos fabricantes de provocar confusión en los usuarios, por obligar a incluir determinados aditivos o detallar claramente cuestiones como la cantidad de grasas. Con el tiempo, sin embargo, los usuarios fueron ganando familiaridad en su consulta, aprendieron lo que debía ser motivo de alarma y lo que no, y hoy en día, resultaría bastante absurdo adquirir un producto empaquetado sin tener información claramente detallada sobre su contenido.

El caso de la privacidad es exactamente el mismo: durante muchos años, hemos tenido que instalar aplicaciones y productos sin tener ni idea de cómo afectaba su uso a nuestra privacidad o de qué datos personales utilizaban y cómo. La única posibilidad era acudir a la propia aplicación, en la que el fabricante podía, si lo estimaba oportuno, detallar esos usos en el formato que considerase más adecuado. El resultado es el que todos conocemos: prácticamente nadie buscaba esa información, y si la encontraba, le resultaba difícil enterarse de cuáles eran realmente esos usos, a qué datos específicos afectaban, y qué era lo que realmente estaba en juego.

En ese contexto de oscuridad y ambigüedad es donde muchas compañías han logrado construir auténticos imperios. Que ahora llegue Apple y pretenda imponer claridad en un contexto como el de la privacidad, y que además, no vaya a quedarse ahí, sino que pretenda seguir avanzando y detallar, por ejemplo, el intercambio de datos entre aplicaciones, nos afecta exactamente igual: al principio se genera alarma y escándalo, pero con el tiempo, los usuarios aprenden a reconocer lo que implica cada atributo, a compararlos entre sí, y a tener cada vez más claro lo que implican. Intentar que ese avance hacia una mayor claridad no se produzca y que continuemos en el oscurantismo solo puede responder a un interés muy claro y determinado: el de seguir aprovechándose de la ignorancia.

Lógicamente, es pronto para intentar evaluar el movimiento: aún hay numerosas apps que no han detallado sus condiciones de privacidad – están obligadas a hacerlo cuando envíen una nueva actualización – y, en algunos casos, hay también apps que directamente mienten u ocultan el hecho de que utilizan unos datos determinados. Con el tiempo, veremos no solo denuncias por este tipo de engaños, sino también sanciones impuestas por Apple derivadas de ello. Como siempre, el tiempo tenderá a poner las cosas en su sitio.

Mientras, el mercado parece tenerlo claro: el enfoque hacia la defensa de la privacidad de los usuarios tiene su evidente atractivo, y en parte gracias a él, Apple consigue reportar crecimientos significativos en todas sus categorías de productos, y disfruta de sus mejores cifras de ventas desde que comenzaron a vender smartphones. El mercado está evolucionando, los conceptos asociados a la privacidad también, y formar una parte fundamental de ese cambio tiene sus ventajas.


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