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La carne de laboratorio, más cerca

IMAGE: UPSIDE Foods

La Food and Drug Administration (FDA) norteamericana aprueba por primera vez la venta al público de carne procedente del cultivo en biorreactores, que no ha sido obtenida mediante el sacrificio de animales vivos, condicionada a la aprobación de las inspecciones de los laboratorios e instalaciones de producción de la compañía, y de la del producto como tal, procedimientos que se anticipan mucho más sencillos que la obtención de la licencia de venta como tal.

La compañía, UPSIDE Foods, tiene todavía un importante camino por delante: sus productos, como todos los de ese sub-segmento de la industria hasta el momento, habían sido obtenidos en series muy pequeñas, con costes muy elevados, y puestos a prueba únicamente por voluntarios que firmaban un pliego de descarga de responsabilidad. Ahora, deben ser capaces de escalar la producción para dotarla de un volumen razonable, de reducir los costes para que tengan un precio atractivo en relación con el producto al que pretenden sustituir, y de hacerlo, además, bajo la atenta mirada de una FDA que no tiene la menor intención de correr riesgos en este ámbito. Por el momento, la compañía carece de una capacidad de producción que vaya más allá de la escala de laboratorio.

Anteriormente, en diciembre de 2020, otra compañía, Eat Just, obtuvo la licencia para comercializar carne sintética en Singapur, se asoció con un restaurante para venderla a precios mucho más propios de un producto gourmet, y está ahora mismo en el proceso de construir la mayor instalación de producción en el mercado. UPSIDE Foods ha sido la primera compañía en conseguir esa aprobación para el mercado estadounidense, un elemento de referencia para los reguladores de muchos otros países.

Por el momento, las proyecciones de la compañía aún están lejos de presagiar algún cambio significativo en el mercado: la idea es llegar a obtener carne de pollo cultivada a unos $17/libra, lo que sería muchísimo más caro que la carne de pollo obtenida del sacrificio de animales con la que supuestamente pretende competir. Eso convertiría al producto básicamente en un capricho para personas con ganas de probar el producto o con reparos hacia el consumo de productos que conlleven crueldad animal, pero muy previsiblemente, no podrían tener ambiciones de ir mucho más allá. Sin embargo, rebajar los costes de producción se ve como un proceso largo pero no imposible, toda vez que las economías del cultivo de células tienden a ser, en algunos aspectos, más exponenciales que aritméticas.

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Otras iniciativas apuntan al cultivo de células de carne de ternera, de cerdo o de salmón. Algunas predicciones apuntan a 2040 como el año en el que la mayoría de la carne que consumimos no procedería de animales muertos, un logro que tendría efectos no solo sobre los pronunciamientos éticos resultantes de obtener nuestra comida de la muerte de otros seres vivos, sino también sobre objetivos tan importantes como los medioambientales. Sin duda, un cambio de hábitos con una magnitud imposible de imaginar a día de hoy. Pero las sociedades humanas han experimentado, a lo largo del tiempo, muchos cambios de ese tipo, y la duda, en muchos casos, no ha sido el cambio como tal, sino simplemente el tiempo necesario para que se conviertan en significativos.

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